Desde que tengo uso de razón, la percepción del tiempo en mi vida ha sido un elemento muy presente, en todas mis dinámicas. Mis recuerdos datan de hábitos, como ser la primera en llegar al colegio u ocupaciones similares, que siempre me ratificaron una cosa: la puntualidad debe ser imprescindible en todo lo que hagas. Evidentemente, esto no fue una casualidad, recuerdo claramente a mi papá insistente con tener en claro las nociones del tiempo, no solo desde la productividad, sino también desde lo que esto significaba como ser humano; asociado al ejercicio de la responsabilidad o la demostración del compromiso.
Lo cierto es que el tiempo, además de ser un medidor y un eje en la organización de cualquier actividad, me ha hecho forjar el valor de la puntualidad en cualquier esfera de mi vida, pero también me ha reflexionar en cuál es la relación que tengo con él, me he cuestionado si el tiempo me asusta, si la puntualidad por momentos no se convierte en persecución y si solo sé hacer cosas con esta rigurosidad temporal, entonces… ¿Qué hay de esos momentos donde no importa llegar tarde, irse temprano o viceversa?
Con esto, no estoy queriendo decir que haya que olvidarse de estar a tiempo en el colegio, en el trabajo o en donde los acuerdos lo establezcan así, pero para mí, esta relación temporal me ha hecho estar sujeta en una línea de sucesos hipotéticos, anclados al futuro, a la expectativa de logro de “estar a tiempo” que por momentos me hacen cuestionarme sí de verdad estoy aquí, aquí y ahora, por ejemplo, sintiendo como mis manos se deslizan en el teclado de la laptop y como puedo ver desde mi ventana el cielo despejado en una noche fría.
No creo que haya receta mágica para no vivir a merced del reloj, porque creo que es una realidad de la que es compleja desligarse, pero sí creo que hay momentos, prácticas y espacios que te permiten posicionarte distinto con el tiempo y eso es lo que he aprendido… Porque cuando escuchas las risas de tus mejores amigos, cuando se debaten que ingredientes agregarle a la pizza, cuando te sientas a ver el atardecer o cuando están en el momento más álgido de una partida de UNO, allí no importa si es más temprano que ayer o más tarde que mañana, allí, solo importa ser… Ser en la unicidad del momento, en el fenómeno de coincidir, en la capacidad de contemplar y en la habilidad de conectar.
Si el resto de las actividades en las que nos desempeñamos tienen hora de inicio y de cierre, porque además nos exigen cumplirlas para asegurar que haya recursos aprovechados eficientemente, entonces procuremos cuidar los espacios donde no hay que estar, sino que se elige estar, eso no nos va a revocar la idea de vivir en lo que puede ocurrir, pero sí nos va a anclar en lo que está ocurriendo.
Y ahí, ahí siempre quiero estar en donde siento que vivo sin reloj… No me importa si llego tarde o temprano, allí solo me enfoco en ser, donde siento que danzan al unísono mi elección y mi motivo.
A pura letra, Nicolet Di Verde.
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