La incomodidad es la antítesis a ese estado de agrado, seguridad, habituación y tranquilidad que nos produce la comodidad. No saber a dónde vamos, compartir un viaje con personas que no son de nuestra confianza, tener conversaciones pretendiendo la mayor afabilidad ante un entorno que puede resultar amenazante, adoptar de forma repentina hábitos o conductas que no son comunes, son algunos de los ejemplos de estar incómodos. A todos nos ha pasado que esos momentos de displacer nos parecen eternos, y mientras más pensamos que estamos transitándolos, pareciera que le añadimos más minutos a ese escenario nefasto en el que nos vimos inmersos.
Hasta el momento, pareciera que el resto de las líneas de este artículo de hoy es un destierro total y completo a la incomodidad, como una forma de apartarla de nuestros espacios y de lo que nos rodea, pero no es así, por el contrario, quisiera darle un lugar distinto a esta compañera de viaje, porque creo que bastante debo agradecerle.
Sí, agradecerle… Incomodarme ha sido lo que muchas veces antecede a moverme, con la finalidad de estar cómoda… Incomodarme es lo que me ha permitido ver lo que no quiero que siga siendo constante y preguntarme de qué otras maneras puede ser distinto… Incomodarme, me ha hecho mover muchas cosas, cambiarme de sitio para ver otras vistas de un panorama y también me ha hecho dejar ir cosas, que ya no me resultaban propias o amenas para mí.
Yo tuve mucho tiempo huyéndolo a estar incómoda, incluso a incomodar a los que estaban a mi alrededor, hace meses era impensable para mí hacer algo que irrevocablemente iba a incomodar al otro, porque ahí está el meollo del asunto, la incomodidad no siempre es intencional, pero nunca debe dejar de ser bienvenida.
¿A qué me refiero con esto? Muchas veces no buscamos que el otro esté incómodo, sin embargo, hay ocasiones en las que el otro va a estar incómodo y eso no tiene que ver necesariamente contigo, también puede estar relacionada con la forma del otro de ver o procesar el mundo que nos rodea… El tema no es ignorarla o huirle, es ver que detrás de ese momento que quizás no nos agrade, hay algo para cuestionar, recalcular o reconfigurar. Esa oportunidad valiosa de cuestionar, recalcular o reconfigurar es lo que me ha hecho entender que la incomodidad no debe ser temida, sino bienvenida, porque sin ella, a veces no lograría adecuar lo que necesita ser refaccionado.
Para explicar mejor esto, pienso en la incomodidad a través de las mudanzas; en este proceso resulta súper tedioso el hecho de tener que cambiar las cosas de lugar, mover miles de veces un cuadro hasta encontrarle el lugar indicado en el lugar indicado, incluso, trasladar los objetos y verificar que lleguen a su destino en buen estado, requiere la meticulosidad de un experto en relojes, sin embargo, cuando finalizas la mudanza, es placentero vivir y disfrutar del espacio que con tanto aplomo pudiste construir.
Y con eso es que quisiera que nos quedáramos, la mudanza no es eterna, así como no lo es la incomodidad, es preferible un día, dos semanas, un mes o el tiempo que se necesite para hacer los ajustes necesarios, a quedarse toda una vida inconforme o desagradado en un mismo sitio, ignorando lo que puede cambiarse. Es preferible un momento de incomodidad a una vida incómoda. Por eso, intento no huirle a la incomodidad y abrazo lo que trae con ella, porque muchas veces, solo estamos viendo un costado de la fotografía y movernos, nos ayuda a apreciarla en su totalidad, lo cual no hace que se trate de apreciarla más, sino de apreciarla mejor.
A pura letra, Nicolet Di Verde.
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