A lo largo de los últimos meses, el proceso de duelo no me ha sido ajeno; duelos que iniciaron hace años y otros que empezaron a gestarse recientemente, han sacudido mi vida, atravesando transversalmente mi existencia. Cuando hablamos de la partida de un ser querido, nos imaginamos el duelo en hechos tangibles; a través de recoger sus pertenencias, reorganizar la vida y hacer los rituales que honren adecuadamente a esta persona, pero ¿Cómo se hace eso con una amistad, un amor o una etapa de tu vida? ¿Acaso es posible reubicar los gestos, las palabras, el cariño, los recuerdos y todo lo que se asemeje en cajas como las pertenencias del que ha partido físicamente? Sinceramente, creo que, si de cajas y almacenamiento se tratase, entonces habría ciudades repletas de cajas con todo lo que vivimos y sentimos, que ahora ya no tienen lugar a donde ir.
Para mí, el dolor es reflejo del amor que se sintió en determinado momento por algo o por alguien y volviendo a mi precepto del papel, de la capacidad orgánica de transformarnos, ese reflejo es energía que se transforma y qué mejor ejemplo que todas las obras de arte, las canciones, las fotografías, los libros, las investigaciones y pare usted de contar, que se han hecho posible después de transitar un duelo. Ahora, ¿Eso solo es posible si pensamos que el dolor tuvo algún sentido? La verdad no me gustaría afirmarlo de esta manera, no creo que necesariamente a todas las desdichas haya que asignarles un propósito, porque muchas veces, la vida solo pasa. No obstante, pienso que cuando algo está vivo no está quieto nunca, entonces, así como la danza entre la luna y el sol nos confirma lo cíclico y dinámico de los procesos, habrá ocasiones en que seremos oscuridad en una inmensidad de luz, y otras veces donde seremos un punto de luz en un horizonte oscuro.
¿Por qué me resulta tan necesario dejar esto en claro? Porque en la cúspide de la oscuridad, parecemos olvidar que todo cambia, como dice la canción de Mercedes Sosa, y creemos que nunca volveremos a ser un punto de luz, lo cual me resulta paradójico si recordamos que el cielo está en su tonalidad más oscura justo antes de amanecer. Y no, no estoy diciendo que el duelo nos parezca tan efímero como el amanecer y el anochecer, porque a veces como se siente como estar en el juego mecánico de las tazas giratorias; vueltas infinitas que nos llevan al mismo lugar… Y honestamente, lo que viene después de esto, no es señalar que en algún punto se detienen, lo que he visto y vivido es que aprendes a girar con ellas.
Sí, así mismo; giras con el amor que ahora sientes que no tiene a donde ir, giras con tus esperanzas, giras con ese montón de cajas donde almacenaste fotografías, recuerdos, canciones y chistes internos, giras porque duelar no es lineal ni inefablemente circular, giras porque lo que no nos dicen, es que no deberías lidiar con: “Tengo que soltar”, “Tengo que perdonar”, “Debería ya estar bien con esto”, lo único que sí deberías hacer es vivir el proceso como tú puedas vivirlo.
Yo no puedo afirmar que los giros se acaban, porque el gran daño que nos han hecho es creer que todo se detiene al momento de dejar de experimentar una emoción, yo lo que sí puedo afirmar es que girarás tanto como lo necesites y eso está bien, así como lo está si un día decides que se detenga, porque nadie debería dictaminar el compás ni el ritmo en que puedas sanar o sentirte a gusto con tu proceso.
A pura letra, Nicolet Di Verde.
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